domingo, 7 de noviembre de 2010
Historia de una Mega Diva
El hastío y la rutina marcaban su vida, y es que la rutina es como la renitis. Dicen los especialistas que no mata, pero te jode la vida. Casado, con hijos, una hermosa y angelical esposa. Entre los grandes empresarios que tienen que cuidar un emporio, y los que viven de sobresalto en sobresalto para mantener un pequeño negocio, él estaba en el medio. Le iba muy bien, pero le faltaba algo, un aliciente, un bálsamo que le alivianara la carga, la misma que llevamos todos, los de arriba y los de abajo, pues para nadie la vida es un paraíso terrenal.
Sólo que los problemas de los pobres son del tamaño de sus miserias, mientras que las adversidades de los ricos son del tamaño de sus fortunas. Salió hacia su oficina a la hora acostumbrada. En esta ocasión, tratando de burlar el tedio, cambió de ruta y en su desvío pasó frente a una famosa universidad, una donde el absurdo hace converger a ricos y pobres. Los poderosos siempre han querido alejarse de los desposeídos, pero la vida misma en ocasiones los obliga a compartir con ellos en más de un escenario.
Así vemos como a una universidad de alta categoría arriban suntuosos vehículos, pero también se detienen los del transporte públicos, de donde bajan los que tienen la oportunidad de estudiar en esos altos centros de estudios, quizás gracias a una beca, a un crédito universitario o al esfuerzo de sus padres, que a veces tienen que empeñar hasta los riñones para costearles los estudios.
Allí fue que la vio con la actitud de quien espera un vehículo del transporte público. No le fue difícil convencerla de que subiera a su hermoso BMW Serie 7. Al principio parecía que ninguno quería romper el silencio. Fue ella que, haciendo un movimiento, acercó su mano a una de la salida del aire acondicionado, cuyo soplo llevaba un manso coqueteo con algunas hebras de su cabello, y dijo: ¿Puedo?
Alejandro, con su mano, alcanzó la de ella y suavemente se la retiró, para luego proceder a bajar la velocidad del aire acondicionado. “Es que dentro del aula, hace mucho frío”, dijo ella con voz tímida.
Esas primeras palabras bastaron para que iniciaran una amena y agradable conversación. Se llamaba Lilly, 21 años, estudiante de comunicación, asistía al inglés por la mañana, iba al gimnasio, le gustaba divertirse, hacer amigos y vivía con papi y mami. En fin, una chica propia de este tiempo, moderna, BlackBerry en mano y un aparato extra en la cartera por si acaso. En más de una oportunidad, recalcó sus deseos de entrar a los medios de comunicación y algún día llegar a tener su propio programa de televisión. Por lo pronto tenía una preciosa y hasta cierto punto educada voz.
El tiempo trascurrió. Estaban frente a un residencial ubicado casi al final del la Ciudad. Cuando la vio bajarse, tuvo la oportunidad de darse cuenta de lo hermosa que era. Tez clara, cabello negro, de uno 5’8 de estatura. Vestía normal. Un jacket por encima de su blusa, una falda corta de cuadros que la hacía parecer una provocativa colegiala, o una de esas cheerleaders que pertenecen a los equipos deportivos de Estados Unidos. Era delicadeza y belleza pura. Al poner el vehículo en marcha, mientras ella se alejaba, Alejandro colocó en un pequeño espacio los datos que le había dado.
No pasarían 12 horas de haberla visto por primera vez, cuando ya la tenía sentada de nuevo a su lado, sólo que esta vez estaba más despampanante, pues la cita había sido arreglada BB Chat. Fue una cena muy amena. El pidió una marca de vino, pero ella lo sorprendió pidiendo otra. Sabía tanto de vinos como él. Su justificación fue que su padre había trabajado en un fino restaurante de la capital.
Esa noche fue el preámbulo. Par de citas más bastaron para que la pasión se desatara. Era precisamente lo que él había estado buscando: una tigresa en la cama, juventud, carne tierna, pechos frescos y erguidos, boca jugosa, labios ardientes. En fin, frescura juvenil que invitaba al pecado.
Los encuentros fueron en aumento, igual que el desenfreno sexual. Hacían el amor hasta tres veces a la semana. Con el tiempo la pasión se fue convirtiendo en vicio. Sí, ella encajaba perfectamente. Era la ninfa que se presentaba en sus sueños de hombre infiel.
Pasó un tiempo y llegaron las exigencias. Ella argumentaba que tenía problemas con su padre y con su hermana mayor, a la que acusaba de envidiarla. Alejandro estaba dispuesto a todo. Un sábado pasó a recogerla y se dirigieron hacia las afueras de la Ciudad, esa zona privilegiada donde se entremezclan los lujosos apartamentos de matrimonios y de familia decentes con los de las amantes, queridas, prostitutas de cortinas, y quien sabe si hasta con el de algún niño lindo, instalado allí por un funcionario público o un empresario de los tantos que prefieren relaciones con jovencitos de su mismo sexo.
El apartamento era muy acogedor, y para tranquilidad de ella, estaba amueblado. Era tal la felicidad, que se mudó esa misma noche. Luego vino una tarjeta de crédito con una suma considerable para gastar, un hermoso y moderno celular con aspecto femenino que él había comprado en Canadá. Después se sumaron las salidas a tiendas de categoría, fines de semana en resorts, los antojos y regalos, incluyendo la satisfacción por parte de él de los caprichos de una joven veinteañera con gustos muy bien definidos.
A los 50 descubrió que se puede ser tan fogoso como a los 30, todo depende de que la vaca no sea la misma, como el supuesto cuento en que algunos ponen de protagonistas a Trujillo y doña María Martínez. El gasto en ella era considerable, pero valía la pena, pues a pesar de su juventud, era toda una veterana en la cama y su voluptuoso y curvilíneo cuerpo no tenía nada que envidiarles a los de las reinas de belleza que algunos mandan a preparar al quirófano, especialmente para competir, aunque luego muchas terminen utilizando un micrófono, quien sabe si dos.
En ella todo era natural, excepto una cosa. El día del “estreno”, él le quitó el brassier estando ella de espalda y quedaron al aire sus senos en un movimiento apetitoso, como si dijeran “¡al fin libres y todos tuyos!” Sí, eran dos hermosos, tiesos y engreídos senos. En cuanto a la calidad de los mismos, ni el preguntó, ni ella dijo nada. Había cosas más importantes de las cuales ocuparse en ese momento.
Los días fueron pasando y ocurrió que, precisamente el día del cumpleaños de ella, arribaron a los seis meses de haberse conocido. Ella se levantó como siempre, se acercó a la ventana a hacer la oración mañanera que le había enseñado su madre para dar gracias al Creador por el nuevo día.
Cuando iba a empezar miró hacia abajo y lo vio. Estaba en el parqueo que le correspondía a ella. Tenía un gran lazo rojo y un letrero de considerable tamaño que decía “Te Amo”. No terminó la oración. Al abrir la puerta había un hermoso ramo de flores, salió al pasillo, se detuvo frente al ascensor y apretó el botón. Caundo la puerta se abrió, por la mirada de don Julio, quien a pesar de sus 75, dirigió su vista directamente hacia más abajo del ombligo, fue que se dio cuenta que estaba en un hermoso baby doll, color limoncillo tenue, el cual permitía la más sensual radiografía del cuerpo de una diosa.
Si ella estaba nerviosa, el pobre don Julio lo estaba aún más, pues doña Ramia abrió la puerta en ese mismo momento, y le dio una mirada a su esposo como si quisiera fulminarlo. Lilly se devolvió, tomó las flores, las lanzó en el mueble y se tiró un camisón.
Cuando llegó al parqueo, don Eustaquio, el vigilante del edificio, se le acercó y le dijo: “Don Alejandro me pidió que le entregara esto”. Era la llave de un hermoso Volkswagen Passat del año. No podía ocultar la alegría. Era azul celeste. Él llegó a las 10 de la mañana. Como siempre, le había llevado desayuno. No lo terminaron, pues se fueron a la cama a devorarse, como dos amantes que tenían mucho tiempo que no disfrutaban el uno del otro. Fue un día maravilloso.
Mientras tanto, en casa de Alejandro las cosas habían cambiado, incluyendo su humor. Dicen que algunos hombres cambian en sus casas cuando se emperran. Alma había notado los cambios, pero era de esas mujeres calmadas, de aquellas que actúan con la inteligencia, más que con las emociones. Una de las cosas que más le llamaban la atención, es que él había dejado la costumbre de hacer la tarea con Alejandra, su “Princesita Hermosa”, como él la llamaba.
La pequeña esperaba siempre que él llegara y juntos se pasaban un buen rato hablando de las clases y del colegio. Alejandro era un padre amoroso y juguetón. No obstante, Alma sabía como manejar la situación. Lo había aprendido de su madre, quien un día le dijo: “Si ves que él coge la calle, no pelees, no preguntes, no averigües. Déjalo, que así como la tomó un día la va a dejar”. Un consejo pendejo para muchas mujeres de hoy, pero que funcionó para muchas de nuestras madres y abuelas, claro, eran otros tiempos.
La cantidad de sexo en la casa también había bajado considerablemente, y eso sí que le molestaba, pues ella, a sus 38 años parecía que se había casado ayer y estaba tan fogosa como una jovencita de 20. Y si había algo que ellos disfrutaban, era la intimidad, pues en materia de sexo, ella no se andaba con remilgos, ni con enfoques de mujer decente. Sencillamente, en la cama y con su marido, el hombre que la había desflorado, Alma era una mujer puta. En fin, la situación, aunque no era para volverse loca, sí era para preocuparse.
Llegó un viaje. El día anterior a éste, se despidieron en la playa, casi borrachos. En medio del desenfreno sexual acostumbrado, hubo hasta lágrimas, sólo que en vez de las cuatro paredes de una cabaña, los testigos en esta oportunidad eran la noche, la luna y las estrellas. Alejandro estaría fuera por unos ocho días, por tanto la despedida debía ser en grande.
Era sábado, todo estaba tranquilo en el departamento. Alejandro abrió la puerta sigilosamente. Los encontró en el mueble. Él estaba encima de ella, ambos completamente desnudos. Ella sorprendida, con los ojos desencajados, el joven asustado, mirando a Alejandro y a Lilly, solamente atinó a decir: “Perdón, no me había dicho que era casada”. Fueron las únicas palabras que se pronunciaron allí.
Alejandro bajó tranquilamente, encendió el auto. Sonrió mientras conducía. Miraba los árboles del Parque. Estaban más verdes que nunca. Dio la vuelta hasta el otro extremo del parque y se dirigio a la playa que quedaba cerca de alli. Se detuvo, observó el mar en la distancia, como quien nunca lo había visto y de pronto descubre ese maravilloso espectáculo de la naturaleza.
Estaba inquieto, daba unos pasitos, metía sus manos en los bolsillos, luego las sacaba y se las pasaba por el cabello en señal de decepción y desorientación. Entonces sacó un celular y lo lanzó con toda sus fuerzas hacia un lugar donde se entremezclaban los arbustos con los arrecifes. Sonrió, subió al auto y lo puso en marcha. Que bueno que parte del negocio que había ido a realizar fuera del país se había tronchado, pues esto le permitió venir más rápido. Quiso darle una sorpresa a su novia. Iba al apartamento henchido de ganas sexuales, pletórico de esos malos pensamientos que son buenos, pero se encontró con el tétrico cuadro que lo hacía volver a la realidad.
Al día siguiente, una grúa se llevaba el vehículo del parqueo. Ella tomó el teléfono y marcó, pero salió la grabación que no podía realizar llamadas telefónicas desde ese número. Tomó el celular para “sus emergencias” y marcó toda nerviosa, mientras veía como dos hombres maniobraban para subir el vehículo. Tampoco tuvo éxito, ya que el número al que llamaba a Alejandro no estaba en servicio. Ese mismo día, cuando intentó utilizar la tarjeta de crédito, había sido cancelada. Cuando regresó a su casa por la noche, todo su mundo se había derrumbado en un abrir y cerrar de ojo.
Alejandro volvió a su vida normal. Descubrió que estaba más enamorado que nunca de su mujer, la que nunca le había fallado. Se percató que la rutina a su vida la imponía él, por eso, calladamente, hizo todos los preparativo para un crucero por el Mediterráneo. Alejandra, no podían ir, ya que estaba en el colegio, pero ya vendría otra oportunidad para ella.
Era lunes por la mañana. Allí fue que la vio, con la actitud de quien espera un vehículo del transporte público. No le fue difícil convencerla de que subiera a su hermoso Mercedes Benz 500. Al principio parecía que ninguno quería romper el silencio. Fue ella que, haciendo un movimiento, acercó su mano a una de las salidas del aire acondicionado... Sí, Lilly estaba dispuesta a seguir intentándolo hasta dar con el hombre “perfecto”: el que le facilitara llevar una vida de reina. Esta vez sería más cuidadosa, pues ya había pasado por dos experiencias desagradables muy similares. Sin embargo, nada ni nadie podría evitar que convirtiera sus sueños en realidad: ser una mega diva.
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Fue muy bueno mientras duro.
ResponderEliminarSi fue bueno mientras duro estoy totalemente de acuerdo solo que escogio a la persona equivocada.
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